Cuando deseamos defender causas justas nos topamos siempre con algún gobernante o funcionario. ¿Cómo detectarlos?, ¿cómo dialogar con los que están dispuestos a pensar en el bien común y en la justicia? Comparto algunas reflexiones fruto de la observación y, en ocasiones, de la participación.
En todos los niveles hay gobernantes dispuestos, por los motivos que sea, a respaldar políticas que beneficien a las mayorías. La reforma de 1977 se debe en mucho a Jesús Reyes Heroles y la de 1996 a Ernesto Zedillo. La acción de constitucionalidad contra la Ley Televisa la encabezaron los senadores Javier Corral (PAN) y Manuel Bartlett (PRI). Las recientes reformas a la Constitución, que permiten las acciones colectivas, se lograron por los discretos empeños de Blanca Heredia, una funcionaria de la Secretaría de Gobernación. Si unos vecinos de Jiutepec estamos logrando frenar el desarrollo depredador es también por la disposición del presidente municipal de Jiutepec, Miguel Ángel Rabadán. ¿Cómo detectar a los funcionarios en el hoy y el ahora si todos hablan y actúan más o menos igual? Si pudiéramos entrar en su mente veríamos que está amueblada con valores autoritarios y que una de sus creencias más arraigadas es que los cargos y los presupuestos les pertenecen a ellos o a los suyos. En consecuencia se sienten muy incómodos cuando se les solicitan explicaciones o se exigen decisiones. Recelan e imputan maniobras turbias a los peticionarios a quienes intentan ignorar y descalificar con frases como: "¿y éste que se cree?" o "a estos me los manda el cabrón de...". En raras ocasiones reconocen que los ciudadanos a veces sí tenemos la razón.
¿Cómo romper ese blindaje? En parte depende de la manera de acercarnos a ellos. Si los inquietos e inconformes quieren iniciar una relación fructífera es poco recomendable tildarlos de "ineptos", "corruptos" o "ilegítimos". Debe frenarse el impulso tan arraigado de cuestionar automáticamente la autoridad de quien ocupa un cargo. Nos guste o no tienen una cierta legitimidad y es importante hacerles sentir que no se les quiere quitar el cargo o destruirles la carrera. Tampoco es aconsejable mostrarse tímido cuando se reivindica lo que uno considera justo ni debe uno renunciar a las protestas, las demandas legales, las denuncias públicas. Se trata de empujar sin romper, es un trabajo de filigrana y sutileza equivalente a lo que debe hacer un maestro rural, ateo y enamorado que sólo quiere casarse por lo civil con una doncella tradicional en pueblo cristero. Los más proclives a tomar en cuenta a la ciudadanía son los funcionarios ambiciosos inseguros y los ilustrados dubitativos. Los primeros son aquellos con anhelos y sin base propia de poder. Es el alcalde que quiere brincar a diputado local, el senador que sueña con la gubernatura y la turba de aspirantes a la presidencia de la República. Al depender más del voto y de la buena prensa piensan (con razón) que sus posibilidades mejoran si son sensibles a las peticiones de la ciudadanía.
Los ilustrados dubitativos serían aquellos activistas o académicos que saltan a la política. Ellos se han movido por principios y traen conocimientos especializados que los hacen poner distancia frente a la corrupción de la política mexicana. Al tener conciencia de la historia sí les importa cómo aparecerán en ella y escuchan y atienden, hasta donde pueden, los deseos de la sociedad. Jorge Carpizo y Mariclaire Acosta serían dos ejemplos de funcionarios quienes fueron, contribuyeron y regresaron.
El peor escenario es tener que negociar con los que viven instalados en el cinismo; a esos les importa muy poco la opinión de la ciudadanía. Algunos, como Ulises Ruiz y Fidel Herrera parecieran haber nacido ahí. Otros vivieron la metamorfosis de quienes fueron incapaces de resistir la seducción del presupuesto y el cargo. En el PAN unos casos paradigmáticos serían Vicente Fox y Juan Molinar Horcasitas, en la izquierda René Bejarano y "Juanito". Esta metamorfosis también la viven las instituciones. La última que dio ese paso fue la Suprema Corte con su exquisita interpretación de las leyes a la hora de decidir sobre la Guardería ABC. Se apegaran a su legalidad pero al ignorar el razonable reclamo de las víctimas confirmaron su insensibilidad y ceguera ante quienes deseamos un poco de justicia que en este caso era simbólica. El colapso ético de las instituciones es una pésima noticia porque nos deja indefensos y en ese hueco deslumbra la congruencia de Carlos Monsiváis, quien se convierte en paradigma de la moralidad frente a los asuntos públicos. Así es la vida en México. Los que deseamos refundar la democracia debemos entender que no basta con tener la razón. Nos la tienen que dar y para eso hay que relacionarse con quienes tienen jerarquía y poder de decisión. No es fácil para ellos o nosotros porque, después de todo, estamos construyendo una casa común sin saber bien a bien cómo hacerlo.
En todos los niveles hay gobernantes dispuestos, por los motivos que sea, a respaldar políticas que beneficien a las mayorías. La reforma de 1977 se debe en mucho a Jesús Reyes Heroles y la de 1996 a Ernesto Zedillo. La acción de constitucionalidad contra la Ley Televisa la encabezaron los senadores Javier Corral (PAN) y Manuel Bartlett (PRI). Las recientes reformas a la Constitución, que permiten las acciones colectivas, se lograron por los discretos empeños de Blanca Heredia, una funcionaria de la Secretaría de Gobernación. Si unos vecinos de Jiutepec estamos logrando frenar el desarrollo depredador es también por la disposición del presidente municipal de Jiutepec, Miguel Ángel Rabadán. ¿Cómo detectar a los funcionarios en el hoy y el ahora si todos hablan y actúan más o menos igual? Si pudiéramos entrar en su mente veríamos que está amueblada con valores autoritarios y que una de sus creencias más arraigadas es que los cargos y los presupuestos les pertenecen a ellos o a los suyos. En consecuencia se sienten muy incómodos cuando se les solicitan explicaciones o se exigen decisiones. Recelan e imputan maniobras turbias a los peticionarios a quienes intentan ignorar y descalificar con frases como: "¿y éste que se cree?" o "a estos me los manda el cabrón de...". En raras ocasiones reconocen que los ciudadanos a veces sí tenemos la razón.
¿Cómo romper ese blindaje? En parte depende de la manera de acercarnos a ellos. Si los inquietos e inconformes quieren iniciar una relación fructífera es poco recomendable tildarlos de "ineptos", "corruptos" o "ilegítimos". Debe frenarse el impulso tan arraigado de cuestionar automáticamente la autoridad de quien ocupa un cargo. Nos guste o no tienen una cierta legitimidad y es importante hacerles sentir que no se les quiere quitar el cargo o destruirles la carrera. Tampoco es aconsejable mostrarse tímido cuando se reivindica lo que uno considera justo ni debe uno renunciar a las protestas, las demandas legales, las denuncias públicas. Se trata de empujar sin romper, es un trabajo de filigrana y sutileza equivalente a lo que debe hacer un maestro rural, ateo y enamorado que sólo quiere casarse por lo civil con una doncella tradicional en pueblo cristero. Los más proclives a tomar en cuenta a la ciudadanía son los funcionarios ambiciosos inseguros y los ilustrados dubitativos. Los primeros son aquellos con anhelos y sin base propia de poder. Es el alcalde que quiere brincar a diputado local, el senador que sueña con la gubernatura y la turba de aspirantes a la presidencia de la República. Al depender más del voto y de la buena prensa piensan (con razón) que sus posibilidades mejoran si son sensibles a las peticiones de la ciudadanía.
Los ilustrados dubitativos serían aquellos activistas o académicos que saltan a la política. Ellos se han movido por principios y traen conocimientos especializados que los hacen poner distancia frente a la corrupción de la política mexicana. Al tener conciencia de la historia sí les importa cómo aparecerán en ella y escuchan y atienden, hasta donde pueden, los deseos de la sociedad. Jorge Carpizo y Mariclaire Acosta serían dos ejemplos de funcionarios quienes fueron, contribuyeron y regresaron.
El peor escenario es tener que negociar con los que viven instalados en el cinismo; a esos les importa muy poco la opinión de la ciudadanía. Algunos, como Ulises Ruiz y Fidel Herrera parecieran haber nacido ahí. Otros vivieron la metamorfosis de quienes fueron incapaces de resistir la seducción del presupuesto y el cargo. En el PAN unos casos paradigmáticos serían Vicente Fox y Juan Molinar Horcasitas, en la izquierda René Bejarano y "Juanito". Esta metamorfosis también la viven las instituciones. La última que dio ese paso fue la Suprema Corte con su exquisita interpretación de las leyes a la hora de decidir sobre la Guardería ABC. Se apegaran a su legalidad pero al ignorar el razonable reclamo de las víctimas confirmaron su insensibilidad y ceguera ante quienes deseamos un poco de justicia que en este caso era simbólica. El colapso ético de las instituciones es una pésima noticia porque nos deja indefensos y en ese hueco deslumbra la congruencia de Carlos Monsiváis, quien se convierte en paradigma de la moralidad frente a los asuntos públicos. Así es la vida en México. Los que deseamos refundar la democracia debemos entender que no basta con tener la razón. Nos la tienen que dar y para eso hay que relacionarse con quienes tienen jerarquía y poder de decisión. No es fácil para ellos o nosotros porque, después de todo, estamos construyendo una casa común sin saber bien a bien cómo hacerlo.
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