Nov 19, 2009
Hemos perdido el piso. No creemos en nosotros mismos, no sabemos dónde estamos parados ni en qué dirección debemos caminar. La nación navega, extraviada, entre el yugo de una clase política mediocre, abusiva, cortoplacista, y una población que se debate entre la duda de si le conviene volver al pasado y el deseo de subirse al tren de un desarrollo que cada día parece más lejano.
Mientras Brasil, Colombia y Chile nos demuestran que es posible combinar inclusión social, crecimiento económico y estado de derecho, hace años que dejamos de creer en nuestra capacidad de salir adelante. Quizá la debacle haya iniciado al día siguiente de las elecciones de julio del 2000, cuando nos dimos cuenta de que la alternancia no era suficiente y la democracia anunciada quizá no era la tierra prometida. A partir de ahí todo ha sido de bajada.
No hablo de que un gobierno del PRI o del PRD lo hubiera hecho necesariamente mejor, sino del esfuerzo que como sociedad teníamos que haber hecho para sacar adelante al país en condiciones que se anunciaban extremadamente difíciles.
Hoy vemos a Brasil con unas reservas internacionales de divisas impresionantes, con una de las mejores empresas petroleras del mundo, con el reconocimiento internacional al trabajo que le permitirá organizar un Mundial y unas Olimpiadas. A Colombia como una sociedad próspera: fluye la inversión extranjera y la que el gobierno ha logrado reducir las tasas de homicidios y secuestros por encima de 80%. A Chile disfrutando de un largo periodo de estabilidad democrática, con finanzas públicas sanas, proyectos de futuro y un mercado interno dinámico y competitivo. Y a México en la cuneta, derrotado por el narco, con una pobreza en aumento, finanzas endebles, una clase política desorientada, una sociedad rota por la violencia. ¿Qué hacer para recobrar la esperanza? Cada persona podría proponer su propia receta; yo considero que al menos se tendría que dar lo siguiente:
1. Recuperar la credibilidad en nuestros representantes políticos, lo que requeriría de un recambio amplio de las élites que nos gobiernan. A los actuales no hay forma de creerles.
2. Hay que creer en los emprendedores que se la juegan por el país. En México las personas que se hacen ricas suelen ser mal vistas, a diferencia de lo que sucede en otros países, en los que quienes triunfan son puestos como ejemplo y sus nombres sirven para denominar calles, plazas y escuelas. Tenemos que creer en nuestra clase empresarial, dentro de la que seguramente habrá gente corrupta, pero en la que también hay millones de personas que luchan para generar riqueza y empleo en beneficio de nuestro país.
3. Tenemos que creer en nuestros universitarios. Cada día millones de personas, estudiantes, profesores y personal administrativo, acuden a nuestros centros de educación superior dispuestos a arrancarle aunque sea un milímetro de terreno a la ignorancia, a través de la ciencia, el diálogo y la cultura. Nuestras universidades son semilleros de futuro, generadores de conciencias nuevas.
4. Debemos darnos cuenta de que ningún país exitoso de América Latina tiene ventaja sobre nosotros. Tenemos petróleo para unos cuantos años más, una población joven considerable, una geografía privilegiada desde el punto de vista turístico y político. Podemos hacerlo igual o mejor que ellos, si nos decidimos a actuar ya y si hacemos las reformas indispensables que requiere nuestra política y nuestra economía.
Tenemos que volver a creer en nosotros mismos. No en el tlatoani en turno, no en mesías iluminados que proponen tirarnos a un barranco, no en líderes sindicales corruptos, no en esos diputados que se preocupan por su bono navideño, no en esos partidos estériles para las propuestas y ávidos de más dinero para sus campañas, no en esos medios amarillistas, irrespetuosos con la inteligencia de los ciudadanos. No está en ellos la respuesta: está en nosotros, que podemos hacerlo bien si queremos, que debemos hacerlo tan bien como nunca antes, por nosotros y por nuestros hijos. El país está en juego completo. Habrá que ver si los patriotas suman más que los aprovechados y los delincuentes. Y habrá que verlo pronto, antes de que todo se caiga en pedazos.
Hemos perdido el piso. No creemos en nosotros mismos, no sabemos dónde estamos parados ni en qué dirección debemos caminar. La nación navega, extraviada, entre el yugo de una clase política mediocre, abusiva, cortoplacista, y una población que se debate entre la duda de si le conviene volver al pasado y el deseo de subirse al tren de un desarrollo que cada día parece más lejano.
Mientras Brasil, Colombia y Chile nos demuestran que es posible combinar inclusión social, crecimiento económico y estado de derecho, hace años que dejamos de creer en nuestra capacidad de salir adelante. Quizá la debacle haya iniciado al día siguiente de las elecciones de julio del 2000, cuando nos dimos cuenta de que la alternancia no era suficiente y la democracia anunciada quizá no era la tierra prometida. A partir de ahí todo ha sido de bajada.
No hablo de que un gobierno del PRI o del PRD lo hubiera hecho necesariamente mejor, sino del esfuerzo que como sociedad teníamos que haber hecho para sacar adelante al país en condiciones que se anunciaban extremadamente difíciles.
Hoy vemos a Brasil con unas reservas internacionales de divisas impresionantes, con una de las mejores empresas petroleras del mundo, con el reconocimiento internacional al trabajo que le permitirá organizar un Mundial y unas Olimpiadas. A Colombia como una sociedad próspera: fluye la inversión extranjera y la que el gobierno ha logrado reducir las tasas de homicidios y secuestros por encima de 80%. A Chile disfrutando de un largo periodo de estabilidad democrática, con finanzas públicas sanas, proyectos de futuro y un mercado interno dinámico y competitivo. Y a México en la cuneta, derrotado por el narco, con una pobreza en aumento, finanzas endebles, una clase política desorientada, una sociedad rota por la violencia. ¿Qué hacer para recobrar la esperanza? Cada persona podría proponer su propia receta; yo considero que al menos se tendría que dar lo siguiente:
1. Recuperar la credibilidad en nuestros representantes políticos, lo que requeriría de un recambio amplio de las élites que nos gobiernan. A los actuales no hay forma de creerles.
2. Hay que creer en los emprendedores que se la juegan por el país. En México las personas que se hacen ricas suelen ser mal vistas, a diferencia de lo que sucede en otros países, en los que quienes triunfan son puestos como ejemplo y sus nombres sirven para denominar calles, plazas y escuelas. Tenemos que creer en nuestra clase empresarial, dentro de la que seguramente habrá gente corrupta, pero en la que también hay millones de personas que luchan para generar riqueza y empleo en beneficio de nuestro país.
3. Tenemos que creer en nuestros universitarios. Cada día millones de personas, estudiantes, profesores y personal administrativo, acuden a nuestros centros de educación superior dispuestos a arrancarle aunque sea un milímetro de terreno a la ignorancia, a través de la ciencia, el diálogo y la cultura. Nuestras universidades son semilleros de futuro, generadores de conciencias nuevas.
4. Debemos darnos cuenta de que ningún país exitoso de América Latina tiene ventaja sobre nosotros. Tenemos petróleo para unos cuantos años más, una población joven considerable, una geografía privilegiada desde el punto de vista turístico y político. Podemos hacerlo igual o mejor que ellos, si nos decidimos a actuar ya y si hacemos las reformas indispensables que requiere nuestra política y nuestra economía.
Tenemos que volver a creer en nosotros mismos. No en el tlatoani en turno, no en mesías iluminados que proponen tirarnos a un barranco, no en líderes sindicales corruptos, no en esos diputados que se preocupan por su bono navideño, no en esos partidos estériles para las propuestas y ávidos de más dinero para sus campañas, no en esos medios amarillistas, irrespetuosos con la inteligencia de los ciudadanos. No está en ellos la respuesta: está en nosotros, que podemos hacerlo bien si queremos, que debemos hacerlo tan bien como nunca antes, por nosotros y por nuestros hijos. El país está en juego completo. Habrá que ver si los patriotas suman más que los aprovechados y los delincuentes. Y habrá que verlo pronto, antes de que todo se caiga en pedazos.
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