Lorenzo Meyer 17 Dic. 09
La mala situación política de México no estaba escrita 'por el dedo de Dios', las cosas pudieron haber sido diferentes Contra factual ¿Era inevitable que, como sociedad nacional, los mexicanos nos encontráramos donde estamos hoy: políticamente polarizados e imposibilitados para llegar a acuerdos sobre temas fundamentales y donde el tiempo perdido significa un gran costo? Esa falta de acuerdo en lo fundamental hace falta para la reestructuración de la vida pública de México.
Algunos profesionales en la materia señalan que los eventos históricos deben analizarse como sucedieron y ya. Bien, ésa es una posición, pero hay otra: la que considera que en los procesos históricos nada está realmente predeterminado por lo que escribió "el dedo de Dios".
Ejemplos
Es claro que toda realidad social está enmarcada por situaciones que se gestaron de tiempo atrás y que son imposibles o difíciles de modificar. Veamos un ejemplo. Cuando al final de la época colonial se hizo evidente que a la Nueva España le amenazaban los impulsos expansionistas norteamericanos, se concluyó que la mejor defensa del vasto septentrión era poblarlo rápidamente y con habitantes fieles al gobierno central y con una raíz cultural católica, es decir, antagónica, a los anglosajones. Sin embargo, a partir de 1821 un México que aún no era nación, con apenas 6 millones de almas concentradas en el centro de un territorio de alrededor de 4 millones de km2 difícilmente hubiera podido tener éxito en el empeño de poblar en tiempo y con la densidad adecuada ese deshabitado norte. Por tanto, aún si ese fatídico 21 de abril de 1836 los mil 500 hombres bajo el mando de Santa Anna no se hubieran tendido a dormir sin centinelas en la rivera del río San Jacinto y hubieran resistido con éxito el asalto de los 800 hombres de Sam Houston, la determinación norteamericana de expandirse a costa del territorio mexicano difícilmente hubiera podido ser frustrada. Más temprano que tarde los dos países crecientemente desiguales hubieran chocado y lo que sucedió en 1836, o en 1846 a 1848, hubiera ocurrido de otra manera pero con un resultado muy similar. El desenlace estaba sobredeterminado.
Un caso diferente La interpretación más socorrida sobre la caída del gobierno de Francisco I. Madero en 1913 pone el acento en errores del Presidente que desarmó a sus tropas irregulares y confió la defensa del nuevo régimen a un Ejército federal que era hechura del pasado. El golpe de los militares contra la naciente democracia en 1913, se dice, era inevitable y el esfuerzo de Madero estaba condenado al fracaso, tal y como lo mostraron los hechos de la "Decena Trágica" en febrero de ese año. Sin embargo, vale la pena considerar, por ejemplo, la hipótesis de un biógrafo de Madero, Stanley R. Ross, desarrollada en Francisco I. Madero: apóstol de la democracia mexicana (México: Grijalbo, 1959). Ahí se argumenta que para 1913 Madero ya había superado los peores obstáculos a su gobierno: el Ejército había suprimido la rebelión de Félix Díaz y había desoído los llamados de Bernardo Reyes para secundarle en su rebelión. De nuevo, el Ejército federal ya había derrotado en el norte al ex maderista Pascual Orozco y tenía arrinconados a los zapatistas en Morelos. Las posibilidades de afianzar el gobierno de Madero con una buena relación con Washington aumentaron con la victoria de Woodrow Wilson en Estados Unidos, victoria que sellaba el final de la misión de un terrible enemigo de Madero: el embajador en México Henry Lane Wilson. La rebelión que estalló el 9 de febrero de 1913 en la Ciudad de México falló en su inicio: el general rebelde Bernardo Reyes murió y Félix Díaz, sitiado en la Ciudadela, hubiera caído ante un asalto bien planeado. Sin embargo, ese asalto nunca se llevó a cabo por un hecho fortuito: el general que frustró la intentona de los rebeldes, Lauro Villar, fue herido y Madero nombró nuevo comandante de la plaza a alguien que ya no tenía mando de tropas pero que estaba en el lugar adecuado y en el momento menos oportuno para los destinos de México: el general Victoriano Huerta, la personificación misma de la villanía. Si el general Villar no hubiera sido herido -hecho más que probable- y hubiera seguido al frente de las tropas leales y con refuerzos como los que poco después proporcionó el general Felipe Ángeles, se hubiera podido acabar con Félix Díaz y, en esas condiciones, la intentona fallida de golpe de Estado hubiera fortalecido a Madero. Así pues, la bala que hirió al general Villar y la furia reaccionaria que estaban detrás de quien la disparó causaron un efecto enorme en la historia política de México en el siglo XX, pues finalmente hicieron que de las cenizas del maderismo moderado surgiera algo imprevisto: una verdadera revolución. ¿Y lo que hoy tenemos era realmente inevitable?
Es obvio que era muy difícil, por no decir imposible, evitar que a inicios del siglo antepasado, Estados Unidos arrancara a México la mitad de su territorio. Sin embargo, la caída de Madero ya no estaba sujeta a una predeterminación similar; no era inevitable que el país tuviera que haber marchado por el camino de una gran guerra civil.
Un análisis similar a lo sucedido en 1913 se puede hacer hoy en torno a lo que ha acontecido en la esfera política en México a partir del 2000. El régimen autoritario establecido a partir del triunfo de la Revolución Mexicana ya era algo anacrónico cuando la ola democratizadora se extendió por toda América Latina en los 1980. Tenía que acabar. Sin embargo, lo que ha sucedido del 2000 a la fecha no necesariamente tenía que haber pasado, es decir, la instauración de la democracia política en México pudo haber corrido por mejores cauces y quizá hoy no tendríamos que desperdiciar tiempo y energía en buscar cómo corregir la realidad actual: una transición incapaz de llevarnos a la consolidación democrática y que, en cambio, ha resultado en un entorno poco propicio para generar y conducir el impulso de la sociedad hacia el crecimiento económico, el Estado de derecho y el diseño de un auténtico proyecto nacional.
De haber actuado como estadista, Vicente Fox bien hubiera podido haber canalizado su enorme legitimidad y el optimismo y deseo ciudadanos por el cambio hacia el desmantelamiento de viejo régimen -enfrentar al sindicalismo corrupto, desmantelar los monopolios, capturar a los "peces gordos" del pasado y llevarlos a juicio, castigar las violaciones a los derechos humanos, invertir productivamente los excedentes petroleros, etcétera- al punto de dejar al PRI como cosa del pasado y no con la posibilidad de retornar. Una buena conducción política del panismo hubiera podido hacer que la ciudadanía se sintiera realmente identificada con la democracia y no, como es hoy, donde apenas el 42 por ciento de los mexicanos la consideran la forma preferible de gobierno (datos de Latinobarómetro 2009). Únicamente en Guatemala se tiene una situación más negativa en este campo.
La mala situación política de México no estaba escrita 'por el dedo de Dios', las cosas pudieron haber sido diferentes Contra factual ¿Era inevitable que, como sociedad nacional, los mexicanos nos encontráramos donde estamos hoy: políticamente polarizados e imposibilitados para llegar a acuerdos sobre temas fundamentales y donde el tiempo perdido significa un gran costo? Esa falta de acuerdo en lo fundamental hace falta para la reestructuración de la vida pública de México.
Algunos profesionales en la materia señalan que los eventos históricos deben analizarse como sucedieron y ya. Bien, ésa es una posición, pero hay otra: la que considera que en los procesos históricos nada está realmente predeterminado por lo que escribió "el dedo de Dios".
Ejemplos
Es claro que toda realidad social está enmarcada por situaciones que se gestaron de tiempo atrás y que son imposibles o difíciles de modificar. Veamos un ejemplo. Cuando al final de la época colonial se hizo evidente que a la Nueva España le amenazaban los impulsos expansionistas norteamericanos, se concluyó que la mejor defensa del vasto septentrión era poblarlo rápidamente y con habitantes fieles al gobierno central y con una raíz cultural católica, es decir, antagónica, a los anglosajones. Sin embargo, a partir de 1821 un México que aún no era nación, con apenas 6 millones de almas concentradas en el centro de un territorio de alrededor de 4 millones de km2 difícilmente hubiera podido tener éxito en el empeño de poblar en tiempo y con la densidad adecuada ese deshabitado norte. Por tanto, aún si ese fatídico 21 de abril de 1836 los mil 500 hombres bajo el mando de Santa Anna no se hubieran tendido a dormir sin centinelas en la rivera del río San Jacinto y hubieran resistido con éxito el asalto de los 800 hombres de Sam Houston, la determinación norteamericana de expandirse a costa del territorio mexicano difícilmente hubiera podido ser frustrada. Más temprano que tarde los dos países crecientemente desiguales hubieran chocado y lo que sucedió en 1836, o en 1846 a 1848, hubiera ocurrido de otra manera pero con un resultado muy similar. El desenlace estaba sobredeterminado.
Un caso diferente La interpretación más socorrida sobre la caída del gobierno de Francisco I. Madero en 1913 pone el acento en errores del Presidente que desarmó a sus tropas irregulares y confió la defensa del nuevo régimen a un Ejército federal que era hechura del pasado. El golpe de los militares contra la naciente democracia en 1913, se dice, era inevitable y el esfuerzo de Madero estaba condenado al fracaso, tal y como lo mostraron los hechos de la "Decena Trágica" en febrero de ese año. Sin embargo, vale la pena considerar, por ejemplo, la hipótesis de un biógrafo de Madero, Stanley R. Ross, desarrollada en Francisco I. Madero: apóstol de la democracia mexicana (México: Grijalbo, 1959). Ahí se argumenta que para 1913 Madero ya había superado los peores obstáculos a su gobierno: el Ejército había suprimido la rebelión de Félix Díaz y había desoído los llamados de Bernardo Reyes para secundarle en su rebelión. De nuevo, el Ejército federal ya había derrotado en el norte al ex maderista Pascual Orozco y tenía arrinconados a los zapatistas en Morelos. Las posibilidades de afianzar el gobierno de Madero con una buena relación con Washington aumentaron con la victoria de Woodrow Wilson en Estados Unidos, victoria que sellaba el final de la misión de un terrible enemigo de Madero: el embajador en México Henry Lane Wilson. La rebelión que estalló el 9 de febrero de 1913 en la Ciudad de México falló en su inicio: el general rebelde Bernardo Reyes murió y Félix Díaz, sitiado en la Ciudadela, hubiera caído ante un asalto bien planeado. Sin embargo, ese asalto nunca se llevó a cabo por un hecho fortuito: el general que frustró la intentona de los rebeldes, Lauro Villar, fue herido y Madero nombró nuevo comandante de la plaza a alguien que ya no tenía mando de tropas pero que estaba en el lugar adecuado y en el momento menos oportuno para los destinos de México: el general Victoriano Huerta, la personificación misma de la villanía. Si el general Villar no hubiera sido herido -hecho más que probable- y hubiera seguido al frente de las tropas leales y con refuerzos como los que poco después proporcionó el general Felipe Ángeles, se hubiera podido acabar con Félix Díaz y, en esas condiciones, la intentona fallida de golpe de Estado hubiera fortalecido a Madero. Así pues, la bala que hirió al general Villar y la furia reaccionaria que estaban detrás de quien la disparó causaron un efecto enorme en la historia política de México en el siglo XX, pues finalmente hicieron que de las cenizas del maderismo moderado surgiera algo imprevisto: una verdadera revolución. ¿Y lo que hoy tenemos era realmente inevitable?
Es obvio que era muy difícil, por no decir imposible, evitar que a inicios del siglo antepasado, Estados Unidos arrancara a México la mitad de su territorio. Sin embargo, la caída de Madero ya no estaba sujeta a una predeterminación similar; no era inevitable que el país tuviera que haber marchado por el camino de una gran guerra civil.
Un análisis similar a lo sucedido en 1913 se puede hacer hoy en torno a lo que ha acontecido en la esfera política en México a partir del 2000. El régimen autoritario establecido a partir del triunfo de la Revolución Mexicana ya era algo anacrónico cuando la ola democratizadora se extendió por toda América Latina en los 1980. Tenía que acabar. Sin embargo, lo que ha sucedido del 2000 a la fecha no necesariamente tenía que haber pasado, es decir, la instauración de la democracia política en México pudo haber corrido por mejores cauces y quizá hoy no tendríamos que desperdiciar tiempo y energía en buscar cómo corregir la realidad actual: una transición incapaz de llevarnos a la consolidación democrática y que, en cambio, ha resultado en un entorno poco propicio para generar y conducir el impulso de la sociedad hacia el crecimiento económico, el Estado de derecho y el diseño de un auténtico proyecto nacional.
De haber actuado como estadista, Vicente Fox bien hubiera podido haber canalizado su enorme legitimidad y el optimismo y deseo ciudadanos por el cambio hacia el desmantelamiento de viejo régimen -enfrentar al sindicalismo corrupto, desmantelar los monopolios, capturar a los "peces gordos" del pasado y llevarlos a juicio, castigar las violaciones a los derechos humanos, invertir productivamente los excedentes petroleros, etcétera- al punto de dejar al PRI como cosa del pasado y no con la posibilidad de retornar. Una buena conducción política del panismo hubiera podido hacer que la ciudadanía se sintiera realmente identificada con la democracia y no, como es hoy, donde apenas el 42 por ciento de los mexicanos la consideran la forma preferible de gobierno (datos de Latinobarómetro 2009). Únicamente en Guatemala se tiene una situación más negativa en este campo.
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