El secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, quiere ser Presidente. La aspiración abre una discreta posibilidad de que, para ampliar sus márgenes de acción y demostrar su compromiso con el interés general, encabece una ofensiva panista contra la comida chatarra. No se requiere ser adivinador para vislumbrar un futuro en el cual México alcance el primer lugar mundial en la cantidad de mujeres y hombres obesos y diabéticos. La victoria está asegurada porque nuestros infantes y adolescentes son autómatas condicionados por una publicidad que los induce al hartazgo de productos saturados de grasas, azúcares y sal. Si la comida chatarra es tan popular se debe, en buena medida, a que nuestros gobiernos se limitan a informar, sin demasiado entusiasmo, sobre los riesgos para la salud de una mala dieta. Consideran que es responsabilidad individual decidir sobre el contenido del bolo alimenticio. El razonamiento es irrefutable. Cada adulto tiene la libertad de decidir qué come. Respeto a quienes encuentran placer, o evaden su realidad, con una de esas dietas gloriosas: almorzar menudo, comer carnitas y chicharrón prensado, cenar pozole acompañado, por supuesto, de tortillas o tostadas grasosas. El esplendor de la bomba calórica llega con la ingesta de unas "chelas" o, mejor todavía, de una gran jarra de ron y refresco de cola. Los niños y adolescentes están en una situación radicalmente diferente. Es una población, en particular, vulnerable a la publicidad que los incita a consumir esos alimentos chatarra que se consiguen por doquier. Por tratarse de productos que causan adicción los gobiernos de Inglaterra, California y hasta Kentucky, la cuna de los grasosos "fried chicken", entre otros, han prohibido la venta en las escuelas de refrescos, papitas, chocolates y carnes de mala calidad.
Alonso Lujambio tiene varias formas de involucrarse. Una es aumentando la actividad física que se ha cancelado o limitado en las escuelas públicas. Tere Lanzagorta, directora de Servicios a la Juventud (Seraj), me comenta, en una conversación sobre sus andanzas en el sistema educativo, que por el poco interés en la educación física, y por la falta de espacios para practicarla, nuestra juventud se la pasa sentada en el aula y en el recreo se lanza al abordaje de las tiendas escolares pletóricas de alimentos que llenan y engordan. Si Lujambio quisiera involucrase más activamente podría iniciar una cruzada al interior del gobierno federal y del panismo. Resulta absurdo que la indiferencia de la Secretaría de Educación Pública y de la fracción panista en el Congreso
Repercuta negativamente en los presupuestos de un sistema de salud rebasado. Siendo justos, lo mismo podría decirse de las otras fuerzas políticas. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimaba en el 2003 que la factura por los costos directos e indirectos de la epidemia de obesidad y diabetes había ascendido, en el 2000, a 140 mil millones de pesos. México es prisionero de los grupos de interés y tras la comida chatarra están los negocios de grandes empresas que han encontrado un nicho altamente lucrativo en las escuelas. Tampoco resultará fácil enfrentar las redes de corrupción asociadas con las cooperativas que, me aseguran conocedores de ese mundo, se caracterizan por la opacidad con que se manejan y por la contribución que hacen al desastre educativo. Pero ignorar el problema también le generará costos al actual secretario de Educación. Hay asuntos y causas que escapan a la diferenciación ideológica que vive el país y permiten la convergencia de las corrientes de izquierda, derecha y centro. Una de ellas es, o debería ser, la salud de nuestros niños y jóvenes. La movilización ha iniciado. En la última semana organizaciones de la sociedad civil con orígenes de lo más diverso (El Poder del Consumidor, El Barzón y Al consumidor, entre otros) han iniciado una campaña para exigir la prohibición, en las escuelas, de la comida chatarra a las autoridades de Educación Pública y de Salud. El apoyo que están recibiendo de algunos medios confirma que estamos ante un tema que llegó para quedarse porque, además de que trasciende ideologías, aglutina las voluntades de la sociedad movilizada, de periodistas y de medios de comunicación. Cuando eso sucedió en el pasado sí se modificaron las prioridades de la agenda nacional. Al gobierno de Vicente y Marta le siguió el de Felipe y Elba Esther. Si esa unión impide a Lujambio impulsar una educación de calidad, el combate a la comida chatarra le da una oportunidad para que reverdezca su imagen de figura pública comprometida con el interés general que se forjó cuando, como consejero del Instituto Federal Electoral, impulsó las investigaciones sobre el Pemexgate y los Amigos de Fox. Si ya tenemos una educación "chafa", demos oportunidad a nuestros niños y adolescentes de que se liberen de la adicción a la comida chatarra. ¿Es mucho pedir?
Alonso Lujambio tiene varias formas de involucrarse. Una es aumentando la actividad física que se ha cancelado o limitado en las escuelas públicas. Tere Lanzagorta, directora de Servicios a la Juventud (Seraj), me comenta, en una conversación sobre sus andanzas en el sistema educativo, que por el poco interés en la educación física, y por la falta de espacios para practicarla, nuestra juventud se la pasa sentada en el aula y en el recreo se lanza al abordaje de las tiendas escolares pletóricas de alimentos que llenan y engordan. Si Lujambio quisiera involucrase más activamente podría iniciar una cruzada al interior del gobierno federal y del panismo. Resulta absurdo que la indiferencia de la Secretaría de Educación Pública y de la fracción panista en el Congreso
Repercuta negativamente en los presupuestos de un sistema de salud rebasado. Siendo justos, lo mismo podría decirse de las otras fuerzas políticas. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimaba en el 2003 que la factura por los costos directos e indirectos de la epidemia de obesidad y diabetes había ascendido, en el 2000, a 140 mil millones de pesos. México es prisionero de los grupos de interés y tras la comida chatarra están los negocios de grandes empresas que han encontrado un nicho altamente lucrativo en las escuelas. Tampoco resultará fácil enfrentar las redes de corrupción asociadas con las cooperativas que, me aseguran conocedores de ese mundo, se caracterizan por la opacidad con que se manejan y por la contribución que hacen al desastre educativo. Pero ignorar el problema también le generará costos al actual secretario de Educación. Hay asuntos y causas que escapan a la diferenciación ideológica que vive el país y permiten la convergencia de las corrientes de izquierda, derecha y centro. Una de ellas es, o debería ser, la salud de nuestros niños y jóvenes. La movilización ha iniciado. En la última semana organizaciones de la sociedad civil con orígenes de lo más diverso (El Poder del Consumidor, El Barzón y Al consumidor, entre otros) han iniciado una campaña para exigir la prohibición, en las escuelas, de la comida chatarra a las autoridades de Educación Pública y de Salud. El apoyo que están recibiendo de algunos medios confirma que estamos ante un tema que llegó para quedarse porque, además de que trasciende ideologías, aglutina las voluntades de la sociedad movilizada, de periodistas y de medios de comunicación. Cuando eso sucedió en el pasado sí se modificaron las prioridades de la agenda nacional. Al gobierno de Vicente y Marta le siguió el de Felipe y Elba Esther. Si esa unión impide a Lujambio impulsar una educación de calidad, el combate a la comida chatarra le da una oportunidad para que reverdezca su imagen de figura pública comprometida con el interés general que se forjó cuando, como consejero del Instituto Federal Electoral, impulsó las investigaciones sobre el Pemexgate y los Amigos de Fox. Si ya tenemos una educación "chafa", demos oportunidad a nuestros niños y adolescentes de que se liberen de la adicción a la comida chatarra. ¿Es mucho pedir?
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