Esta semana se realiza en Estrasburgo, Francia, la sesión plenaria de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (PACE, por sus siglas en inglés). Se inicia con una moción realizada por un grupo de parlamentarios encabezados por el socialista alemán Wolfang Wodarg, para incluir en el programa una sesión denominada: Falsas pandemias, una amenaza para la salud. Wodarg ha realizado en fechas recientes severas críticas a la Organización Mundial de la Salud (OMS), a la que acusa de haber magnificado los efectos del virus de la influenza A/H1N1, creando una alarma injustificada a escala mundial, y de actuar bajo la influencia de las empresas farmacéuticas productoras de vacunas, las cuales han obtenido con ello ganancias multimillonarias.
Si la PACE admite la moción de Wodarg –y se incluye una sesión que en su propio título niega la existencia de la pandemia declarada por la OMS el 11 de junio de 2009–, significará un daño muy importante en las relaciones de la Comunidad Europea con la OMS. Si, por el contrario, la propuesta no prospera, quedará como la preocupación de un grupo de parlamentarios, que de todas maneras tiene el efecto inevitable de forzar una investigación por otros cauces, en la cual el prestigio tanto de acusadores como de acusados corre elevados riesgos. Pero en medio de este escándalo surge una pregunta: ¿Qué tan importante resulta desde un punto de vista médico y científico esta controversia? A mi juicio, es completamente secundaria.
Lo que realmente importa es examinar el curso de la enfermedad en el mundo y en nuestro país. Estamos ante una patología nueva. Las primeras evidencias surgieron en Norteamérica. En marzo y abril de 2009 fueron detectados en Estados Unidos y en México los primeros casos. La certeza de que se trataba de un virus diferente nos llegó de los análisis realizados en laboratorios de Canadá y Estados Unidos. Los antecedentes de las pandemias de influenza de 1918, 1957 y 1968, que cobraron millones de víctimas, obligaban desde el punto de vista científico a estar alertas. Ante la confirmación del nuevo virus A/H1N1, de su capacidad de transmisión entre humanos, de la presencia de casos que evolucionaban con neumonía grave y de las primeras muertes, era necesario actuar.
Muchos han juzgado como exagerada la reacción que hubo en México ante el primer ascenso de la enfermedad. A mí me parece, y ya lo he dicho en este mismo lugar, que las medidas adoptadas fueron adecuadas. El principal crítico de las acciones tomadas por el gobierno de México fue luego el propio gobierno de México, que se ha empeñado, desde mayo de 2009, en minimizar la enfermedad, aun cuando, en ese entonces, la tasa de mortalidad en nuestro país por esa causa era la más elevada del planeta.
La pandemia de influenza A/H1N1 es un tema científico de primer orden en el mundo (la búsqueda a través de PubMed con la palabra clave: A H1N1, registraba, hasta el 24 de enero de 2010, fecha en la que escribo este artículo, 4 mil 325 publicaciones sobre el tema). Algunas revisiones, como la de Seth J. Sullivan y sus colaboradores, publicada en enero de este año en los Proceedings de las Clínicas Mayo, constituyen, a mi juicio, una buena síntesis de los trabajos científicos más recientes. Algunos de los datos que se desprenden de su lectura son los siguientes:
1. El virus A/H1N1 es genéticamente distinto a otros previamente conocidos y es el responsable de la primera pandemia en los pasados 40 años. 2. En contraste con otros agentes de la influenza, el virus afecta de manera desproporcionada a poblaciones jóvenes. 3. Los datos disponibles no muestran hasta ahora un incremento de la virulencia de este agente, pero en diferentes países, regiones y poblaciones, se presentan distintos grados de severidad. 4. La evolución que pueda tener el virus y la enfermedad es incierta. 5. La vacunación es el medio más efectivo para prevenir la morbilidad y la mortalidad asociadas a la influenza. La seguridad de las vacunas contra este virus es similar a la que ofrecen las creadas contra la influenza estacional. 6. Es importante la información a la población sobre los cuidados de su salud.
Finalmente, el comienzo del periodo invernal en Norteamérica no se ha traducido, como se esperaba, en un incremento en el número de casos, por el contrario, en Estados Unidos y México, las curvas de casos confirmados muestran un marcado descenso, aunque todavía no se puede cantar victoria, pues el invierno concluye en marzo. De mantenerse esta tendencia, se abriría un interesante tema científico por el contraste con lo ocurrido en el hemisferio sur. Un dato importante es que si bien en la nación vecina del norte el número de casos ha descendido en estas fechas, los fallecimientos de niños por causa de este virus son los más altos en la historia reciente, si se comparan con otros episodios de influenza.
En síntesis, al margen de las controversias y los escándalos, la pandemia de influenza es un problema real que requiere de la mayor atención de los sistemas de salud del mundo.
Si la PACE admite la moción de Wodarg –y se incluye una sesión que en su propio título niega la existencia de la pandemia declarada por la OMS el 11 de junio de 2009–, significará un daño muy importante en las relaciones de la Comunidad Europea con la OMS. Si, por el contrario, la propuesta no prospera, quedará como la preocupación de un grupo de parlamentarios, que de todas maneras tiene el efecto inevitable de forzar una investigación por otros cauces, en la cual el prestigio tanto de acusadores como de acusados corre elevados riesgos. Pero en medio de este escándalo surge una pregunta: ¿Qué tan importante resulta desde un punto de vista médico y científico esta controversia? A mi juicio, es completamente secundaria.
Lo que realmente importa es examinar el curso de la enfermedad en el mundo y en nuestro país. Estamos ante una patología nueva. Las primeras evidencias surgieron en Norteamérica. En marzo y abril de 2009 fueron detectados en Estados Unidos y en México los primeros casos. La certeza de que se trataba de un virus diferente nos llegó de los análisis realizados en laboratorios de Canadá y Estados Unidos. Los antecedentes de las pandemias de influenza de 1918, 1957 y 1968, que cobraron millones de víctimas, obligaban desde el punto de vista científico a estar alertas. Ante la confirmación del nuevo virus A/H1N1, de su capacidad de transmisión entre humanos, de la presencia de casos que evolucionaban con neumonía grave y de las primeras muertes, era necesario actuar.
Muchos han juzgado como exagerada la reacción que hubo en México ante el primer ascenso de la enfermedad. A mí me parece, y ya lo he dicho en este mismo lugar, que las medidas adoptadas fueron adecuadas. El principal crítico de las acciones tomadas por el gobierno de México fue luego el propio gobierno de México, que se ha empeñado, desde mayo de 2009, en minimizar la enfermedad, aun cuando, en ese entonces, la tasa de mortalidad en nuestro país por esa causa era la más elevada del planeta.
La pandemia de influenza A/H1N1 es un tema científico de primer orden en el mundo (la búsqueda a través de PubMed con la palabra clave: A H1N1, registraba, hasta el 24 de enero de 2010, fecha en la que escribo este artículo, 4 mil 325 publicaciones sobre el tema). Algunas revisiones, como la de Seth J. Sullivan y sus colaboradores, publicada en enero de este año en los Proceedings de las Clínicas Mayo, constituyen, a mi juicio, una buena síntesis de los trabajos científicos más recientes. Algunos de los datos que se desprenden de su lectura son los siguientes:
1. El virus A/H1N1 es genéticamente distinto a otros previamente conocidos y es el responsable de la primera pandemia en los pasados 40 años. 2. En contraste con otros agentes de la influenza, el virus afecta de manera desproporcionada a poblaciones jóvenes. 3. Los datos disponibles no muestran hasta ahora un incremento de la virulencia de este agente, pero en diferentes países, regiones y poblaciones, se presentan distintos grados de severidad. 4. La evolución que pueda tener el virus y la enfermedad es incierta. 5. La vacunación es el medio más efectivo para prevenir la morbilidad y la mortalidad asociadas a la influenza. La seguridad de las vacunas contra este virus es similar a la que ofrecen las creadas contra la influenza estacional. 6. Es importante la información a la población sobre los cuidados de su salud.
Finalmente, el comienzo del periodo invernal en Norteamérica no se ha traducido, como se esperaba, en un incremento en el número de casos, por el contrario, en Estados Unidos y México, las curvas de casos confirmados muestran un marcado descenso, aunque todavía no se puede cantar victoria, pues el invierno concluye en marzo. De mantenerse esta tendencia, se abriría un interesante tema científico por el contraste con lo ocurrido en el hemisferio sur. Un dato importante es que si bien en la nación vecina del norte el número de casos ha descendido en estas fechas, los fallecimientos de niños por causa de este virus son los más altos en la historia reciente, si se comparan con otros episodios de influenza.
En síntesis, al margen de las controversias y los escándalos, la pandemia de influenza es un problema real que requiere de la mayor atención de los sistemas de salud del mundo.
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